domingo, 23 de mayo de 2010

Traducción

Sonderzug: El tren hacia la libertad

A principios de octubre de 1989 salió de Praga el primer tren con refugiados de la embajada de la RFA hacia el oeste. A su paso por la RDA, se podía ver miles de personas manifestándose a lo largo de su recorrido, o intentando subirse a él. Aún hoy, a los refugiados de entonces se les pone la piel de gallina al recordar ese viaje.

Son las 7:35 en Praga y Brigitte Meyer espera al tren que una vez cambió su vida. El tren que le trajo la libertad, con el que había soñado durante muchos años. El tren que la trajo de un Estado en el que nunca más confió.

Para Brigitte Meyer este viaje en tren es un viaje hacia el pasado: hace justo 20 años, miles de habitantes de la RDA, que se habían refugiado en la embajada de la RFA en Praga, podían viajar con trenes desde su país hacia el oeste. Ahora, un tren hace una vez más exactamente el mismo histórico recorrido desde Praga hasta la ciudad bávara de Hof. “Tren de la libertad”, figura en el panel indicador de color azul en la vía uno de la estación de trenes de Praga. Igual que una locomotora roja conduce despacio vagones ligeros y ensuciados de color verde y beige, el pasado vuelve a estar muy vivo para aquellos que hoy rondan los 55 años.

Un ejemplo es el recuerdo de la frase más famosa de la historia alemana, dicha por el entonces Ministro Federal de Asuntos Exteriores Hans-Dietrich Genscher. En su día, la misma Brigitte Meyer le oyó decir aquellas palabras que aún hoy le ponen la piel de gallina: “Hemos venido para comunicarles que hoy su salida...”, comenzó su discurso el Ministro de Asuntos Exteriores alemán el 30 de septiembre de 1989 en el balcón de la Embajada de Praga. Los demás refugiados, unos 4500, estallaron en atronadores gritos de júbilo. Durante meses, todos aguantaron allí las peores condiciones higiénicas. Con una frase inacabada, todos los problemas parecían desvanecerse.

¿Fue el rodeo una trampa?

Pero el verdadero drama empezó tras las legendarias palabras de Genscher, pues en ese momento el político anunció las condiciones bajo las que el Estado del SED o PSUA (Partido Socialista Unificado de Alemania) había llegado al consenso: Los trenes con refugiados debían pasar por el territorio de la República Democrática para guardar las apariencias en relación a la “Liberación de la ciudadanía de la RDA”. “De pronto el humor cambió”, recuerda Katrin Bayerl. Ella había huido a finales del verano de 1989 a la embajada federal alemana en Praga después de que le hubiesen sido denegadas sus solicitudes de salida una y otra vez durante años. “Minutos antes la gente se abrazaba entre sí eufóricamente, pero ahora se oían abucheos”. La desconfianza hacia el propio Estado era inmensa. ¿Acaso no huele a gato encerrado el rodeo por la RDA?

El ministro Genscher trató de calmar a la multitud. Cuando a las pocas horas se dirigían los primeros refugiados a la estación de Praga en autobuses, el estado de ánimo estaba entre el miedo y la euforia. Casi nadie podía imaginar que, alguna vez, la RDA pudiese dejar salir a miles de sus ciudadanos. “Al principio tenía miedo”, cuenta Brigitte Meyer. “Pero después vi a todos aquellos periodistas en la estación. Todo el mundo nos estaba viendo, desde Japón hasta América, eso ayudó”. Sin embargo, aunque ella intentó que la histeria no la afectara, no consiguió calmarse. En realidad, no sabía a dónde iba. ¿Qué se esperaba ella de la República Federal? ¿Encontraría allí trabajo? ¿Qué sería de su hijo, que no quiso huir con ella?

“Nunca me he arrepentido de la decisión que tomé” dice ella justo 20 años después. A fuera, el pintoresco paisaje de la Suiza sajona se ve pasar muy rápido. Brigitte Meyer, que lleva puesta una blazer y unas deportivas, está sentada de nuevo en un tren de la antigua Reichsbahn de la RDA (antigua compañía de ferrocarriles de Alemania) y examina, con una sonrisa pícara, el abedul de imitación y los asientos de plástico rojos oscuro del vagón. Esta vez disfruta el viaje de verdad, dice. También habla de las toallas y las sábanas blancas con las que cientos de alemanes orientales, a modo de despedida, aclamaron entusiasmados a los refugiados a lo largo de todo el trayecto. Eso fue algo que siempre le consoló: “porque con eso quedaba claro que ya muchos no apoyaban aquel sistema”.

(...)

“No era del todo sencillo no ser apaleado"

Honecker no se hizo a sí mismo ningún favor con la condición que puso: todos los trenes tenían que atravesar el territorio de la RDA. A lo largo del trayecto miles de descontentos ciudadanos de la RDA aclamaban a los trenes de refugiados; cientos de ellos intentaban de forma desesperada subir a los trenes en marcha. Los lugares a lo largo del recorrido se convirtieron en focos de disturbios en los que había mucha tensión, en particular la estación principal de trenes de Dresde, donde tuvieron lugar enfrentamientos ente las fuerzas de seguridad y los ciudadanos.

El contraste con entonces apenas podría ser hoy mayor. El “tren de la libertad” entra tranquilo en la estación de Dresde. Un grupo toca cornetas, los transeúntes acuden en masa a los vagones. Asimismo, hace 20 años algunos ciudadanos de Dresde quisieron acudir a los andenes, cuando conocieron por los medios de comunicación occidentales que en la noche del 5 de octubre los trenes de refugiados iban a pasar por aquí. Cuando a continuación cerca de 20.000 personas asaltaron la estación, que estaba acordonada, tuvieron lugar los disturbios más violentos desde el levantamiento popular de 1953. Setecientos miembros de la Policía Nacional de la RDA, algunos trabajadores del Ministerio para la Seguridad del Estado y cuatro batallones del Ejército Popular Nacional tuvieron que ser llamados para dispersar el “motín enemigo de las fuerzas”. Cientos de manifestantes fueron detenidos. “Todos los camaradas movilizados de la Policía alemana y nuestras fuerzas han prestado un gran servicio”, comunicó orgulloso el jefe local de la Stasi al finalizar la contienda.

El mismo Mirko Sennewald estuvo con 15 años en la estación de Freiberg para captar una imagen de uno de los trenes con refugiados. Lo que presenció se le grabó en la memoria, porque aquello no encajaba con la imagen pacífica que él tenía de la RDA: “Aquello fue impactante. Por todas partes había policías con porras y perros. Incluso habían puesto en posición camiones lanza-agua, oficialmente ninguno existía”. Con brutal violencia la policía puso orden en la estación antes de que llegaran los trenes. “No era del todo sencillo no ser apaleado”, recuerda Sennewald.

Agitación en la “Nueva Alemania”

Dos décadas más tarde, el “tren a la libertad” acontecerá en la estación de Freiberg, como Sennewald habría deseado en aquel tiempo - la historia, pues, se da en la actualidad: sobre una gran pancarta reluce el comienzo del otoño de 1989. Una actriz interpreta, de manera muy afectiva, una pieza contemporánea sobre la arbitrariedad policial. Jóvenes despliegan una pancarta en la que pone “Nosotros somos la nación” y cuentan, equipados con megáfonos, la historia del mundo con gritos como “Sin visado hasta Hawaii” y “¡No a la violencia!”. Cuando el “tren hacia la libertad” se pone de nuevo en marcha después de una hora de parada, los pasajeros se inclinan hacia las agrietadas ventanillas y lanzan antiguas monedas de la RDA al andén - como hacían los refugiados en 1989 al despedirse, ya fuera con miedo o eufóricos.

Los que estaban a la cabeza de la RDA guardaban maldad al resto de personas. Los que salieron tuvieron “el valor moral de dar la patada y excluirse de la sociedad”, remarcó el órgano central del PSUA de la “Nueva Alemania”, y exigió: “No se debe derramar ni una lágrima por nadie”. Brigitte Meyer también vivió este odio en sus propias carnes cuando unos oficiales del Servicio Secreto, que habían subido al tren, comenzaron a inspeccionar los pasaportes de los pasajeros. “De pronto se hizo el silencio en el compartimento”, cuenta. “El poder del Estado se había manifestado de nuevo; una sensación de lo más desagradable”.

En cambio, poco después,
fueron acogidos en la RFA con euforia. “Nunca habría pensado que nos abrazáramos como una Nación unida”, dice Meyer por el cariñoso recibimiento en Hof, la ciudad fronteriza de entonces en la RFA. 20 años después, cuando por segunda vez en su vida sale en un tren de la RDA desde Praga hasta Hof, resulta que ya no hay más ramos de flores, ni chocolates, ni ayudas financieras – en su lugar se inaugurará un monumento para el recuerdo de la histórica llegada de los refugiados. Y aún hay algo más que esta vez es distinto: esta vez el tren vuelve vacío – en 1989 el Reichsbahn recogió a la vuelta por la RDA en vez de refugiados, algunos millones de personas de la Juventud Libre Alemana, los cuales se transportan como accesorios en carretas hacia Berlín oeste para el jubileo en el 40 cumpleaños de la RDA. Debe ser el ultimo tren.

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